Nos criamos con la frase: “Es mejor ser que parecer”. Pero en un mundo que constantemente nos impone estándares de belleza, éxito y perfección, surge una pregunta inevitable: ¿cómo podemos ser auténticas si ni siquiera podemos permitirnos parecer lo que somos?
- "Tiene 45 años. No parece."
- "Está embarazada de 8 meses, acaba de parir. No parece."
- "Lleva años trabajando 10 horas diarias. No parece."
- "Ha sobrevivido al cáncer. No parece."
Somos capaces de dar vida, cuidar, alimentar, contener y sostener, pero nada tiene que dejar huella en el cuerpo.
La imagen que consumimos en los medios nos distancia cada vez más de lo que realmente somos. Tener que parecer algo que no somos es agotador. Nos empuja a consumir más, a buscar soluciones que escondan o modifiquen aquello que no se ajusta a los estándares externos. Nos enseñan a calmar la angustia, el dolor, la inseguridad, a través de productos que prometen eliminar nuestras imperfecciones. Todo está tan sutilmente diseñado que muchas veces no nos damos cuenta.
Vivimos en una sociedad que no solo espera que parezcamos algo, sino que también nos critica por ello. Lo más alarmante es que muchas veces somos nosotras mismas las peores críticas. Comentarios como: "Esa llena de bótox con la que nunca me voy a juntar" o similares, no son pocos común en mi entorno.
Creo que en éstos tiempos de tanta exigencia, tanta confusión, tanto quiebre, es fundamental que podamos ser más respetuosas y cuidadosas entre nosotras. Nosotras, las mujeres, somos nuestras peores juezas. Cada una tiene su tiempo, sus necesidades, sus historias. Mientras sigamos criticándonos, será muy difícil que nuestra mirada hacia nosotras mismas cambie.
Ser, No Parecer
Para reconectar con nuestra esencia, debemos dejar de esforzarnos por parecer lo que otros esperan. Es momento de conectar con nuestra fuerza, con nuestro valor y con nuestra luz, primero para nosotras mismas y luego para los demás. Porque nos hemos visto, nos hemos encontrado, y sabemos quiénes somos y hacia dónde vamos. De adentro hacia afuera. Solo cuando nos encontramos y nos abrazamos desde adentro podemos dar luz a nuestros cuerpos. Cuerpos vivos, llenos de gracias, de VIDA. Lo divino está en el alma y no es poesía, es real. Porque nada es más irresistible que un cuerpo que tiene algo que decir; que danza con libertad y expresa su verdad al mundo.