Todo el mundo hoy en día habla de aprender a soltar, pero ¿qué hay de aprender a sostener, a reparar, a amar sin huir cuando algo se complica?
El amor se trata de eso, me dijo una amiga del alma: de construir. De compartir, celebrar, reír, pero también de sostener, buscar soluciones, tener charlas incómodas. En estos tiempos, donde todo parece ser reemplazable, me pregunto: ¿qué pasó en el camino?
Nos han enseñado a construir estructuras, pero creo que aún sabemos poco sobre el amor.
Las estructuras pueden ahogarnos, pero la falta de ellas nos obliga a decidir. Tener la libertad de hacerlo nos llena de poder, pero también de una gran responsabilidad: hacernos cargo de lo que pensamos, sentimos y decidimos a cada minuto de nuestra vida.
Mirar atrás y darnos cuenta de que algunas decisiones no fueron las mejores no siempre es alentador. Pero la vida no tiene borrador, y no queda otra que arriesgarse. Arriesgarse a amar, a que te rompan el corazón una y otra vez. Animarse a hablar, a decir lo que pensas, a vivir por lo que sentis. Siempre vale la pena seguir el camino de tu corazón, pero claro, para eso hay que sentir.
Ojalá aprendamos a guiar a los niños en el camino de la libertad. No esa libertad idealizada, en la que imaginamos una orquesta sinfónica sonando al momento de pensarla, sino la que te obliga a sentir, a escucharte, a sanar, a decidir. La libertad que te hace responsable de cada paso que das y te da el poder de crear tu destino.
Hoy, agradezco a todas las personas que pasaron por mi vida y me enseñaron a construir el amor. A poquitos días de mi cumpleaños, no encuentro mejor forma de celebrarlo que pensando en cada una de ellas, agradeciendo por cada minuto compartido, por tantas charlas incómodas, por tantos festejos, por tanto amor.
Amar definitivamente es para personas valientes, aquellas que mueren de miedo pero no dudan ni un segundo en volver a intentarlo.
Mientras respire estaré a tiempo.