-¿Ya no creés en Dios? -le pregunta Sheldon a su mamá.
-Eso no es algo de lo que tengas que preocuparte -responde ella-.
-¿Sabías que si la gravedad fuera apenas un poco más fuerte, el universo colapsaría en una bola? Y que si fuera apenas un poco más débil, el universo se dispersaría y no habría estrellas ni planetas. La gravedad es exactamente tan fuerte como necesita ser. Y si la relación entre la fuerza electromagnética y la fuerza nuclear fuerte no fuera del uno por ciento, la vida no existiría. ¿Cuáles son las probabilidades de que eso ocurra por sí solo?
Pienso en ese diálogo a menudo, especialmente en éstos tiempo en los que me encuentro bajo mucha presión. Cuando todo se desacomoda por dentro y parece que no hay piso firme. Pero entonces vuelvo a eso: a la idea de que el universo está sostenido por fuerzas tan precisas que hacen posible que exista una flor, una estrella… o una vida como la mía.
La física nos enseña que todo material sometido a presión se transforma. A veces se quiebra, a veces se endurece, a veces se vuelve algo completamente nuevo. Y creo que con las personas pasa lo mismo.
Estamos hechos para soportar ciertas presiones. Y a veces, justo cuando creemos que vamos a rompernos, estamos a punto de transformarnos.
No es fácil. No lo es para mí, hoy. Pero siento, aunque a veces solo en silencio, que hay algo más grande que me sostiene. Dios, la vida, el misterio del todo. Y confiar en eso es lo que me permite no resistirme al cambio, sino entregarme a él.
Porque quizás la presión que siento no es para aplastarme, sino para volverme algo más verdadero. Porque si el universo está perfectamente calibrado para que exista la vida, tal vez mi dolor también tiene un propósito sagrado. Y confiar en eso, aunque no lo entienda, es el primer paso hacia mi transformación.